Durante estas dos últimas semanas hemos tenido debate para rato. Servidor, que muy humildemente se ha limitado a expresar su opinión (y subrayo esto, aunque no creo que tenga que hacerlo, puesto que esta es, por si a alguien se le había pasado por alto, una columna de opinión) sobre la infidelidad y las parejas abiertas, ha recibido numerosos comentarios a través de muy diversas vías, los cuales le han proporcionado más material para seguir con el tema.
Así que ricemos el rizo.
Uno de los argumentos frecuentemente empleados por los defensores de la infidelidad y de la pareja abierta como algo “natural” (calificativo muy discutible sobre lo cual antropólogos de muy diverso orden y pensamiento no se han puesto de acuerdo) es eso de que la fidelidad y la monogamia son construcciones hipócritas. Según sostienen los defensores de la pareja abierta, pretender ser fiel es algo imposible, una hipocresía social y, esto es lo mejor, un síntoma de propiedad, claro indicativo de que eres extremadamente posesivo con tu pareja. Nos sale la vena sesentera de cogernos todos de las manos formando un corazón con nuestras cabezas y de defender el amor libre y nos da por afirmar que el hecho de pedirle a tu novio que te sea fiel es lo mismo que poseerlo y sentir unos celos enfermizos. Casi se traduce en un problema patológico eso de querer que te sean fiel, oigan. Hay que tener la mente más abierta. No, por fagor, cómo voy a decirle yo a mi pareja con quién puede o no puede acostarse, eso es lo mismo que tratarla como un objeto de mi propiedad. Mi pareja no es mía, es libre: puede acostarse con quien quiera.
Lo cual me parece, si me lo permiten, macanudo. Estupendo, maravilloso, fantástico.
Sin embargo, es muy frecuente que en los casos en los que se habla de parejas abiertas se aluda directamente a la cuestión sexual, pero no así a la afectiva o sentimental. Lo que viene a ser: Folla con quien te dé la gana, pero a las diez en casa. Los escarceos sexuales se recubren y se limitan con un montón de reglas dictadas para controlar el área emocional: cari, puedes acostarte con quien quieras, pero no más de dos veces con la misma persona, ni le puedes dar besos en la boca, y tienen que ser completos desconocidos a los que, en la medida de lo posible, no vuelvas a ver. O sea, limitamos la relación sexual a, precisamente, lo estrictamente sexual. Sobre todo, porque incluso defendiendo la pareja abierta, sentimos un terror enfermizo a que nuestra pareja se enamore de otro y nos deje tirados como colillas, en la cuneta. O sea, que a pesar de todo lo que decimos sobre ser taco de abiertos de mente, exigimos la exclusividad afectiva y emocional; y esto, en cambio, no nos parece mal, ni antiguo, ni retrógrado, ni judeocristiano, ni nada. Es estupendo.
Dicho de otro modo: pedirle a mi pareja la exclusividad sexual es un síntoma de posesión, pero no así pedirle que me quiera solamente a mí. ¿Alguien entiende la lógica de este principio? Si es así, que me lo explique, porque yo continúo sin ver la coherencia entre ambos términos. Si somos tan estupendos, tan maduros y hemos superado tan bien los valores e ideas en los que hemos sido educados sobre fidelidad, relaciones y sexo como para no necesitar poseer a nuestra pareja sexualmente, ¿por qué necesitamos en cambio que únicamente nos ame a nosotros? ¿Y esto no puede ser considerado un síntoma de egoísmo y posesión? ¿Por qué? ¿Qué es más grave, decirle a una persona con quién debe o no debe acostarse o decirle de quién debe o no debe enamorarse?
Por lo tanto, los argumentos que se refieren a hacer de la fidelidad y de la posesión pares sinónimos no me sirven. Sobre todo porque bajo esa misma regla de tres resulta evidente que si somos lo bastante maduros emocionalmente como para permitir que nuestra pareja se tire a quien le dé la gana, ¿por qué no permitir el poliamor? ¿Por qué no dejar que nuestra pareja tenga otras parejas? ¿Por qué no tenerlas nosotros? De hecho, a mí me parece mucho más congruente esta forma de entender la pareja que aquella que permite que sendos miembros follen con otras personas, pero siempre bajo ciertas reglas. ¿No son esas reglas constrictores de las personas y síntomas de posesión también, del mismo modo en que lo es esa otra regla llamada fidelidad?
Lo que ocurre es que esos constrictores, esas reglas, responden al ideal de amor romántico. Y aquí, llegados a estas dos palabritas tan traídas y tan llevadas, a todos se nos caen las bragas y ya nos parece lícito que haya posesión (pertenecer a otra persona, como proclaman tantas canciones de amor). Algunos me dirán que el sexo y el amor son cosas muy diferentes (y si quieren la semana que viene les muestro mis teorías al respecto). Otros afirmarán que esto, lo de amar a otra persona, no es posesión, sino compromiso, que es justo lo mismo que digo yo sobre el hecho de acostarte con otros. De hecho, creo que es mucho más factible que mi pareja controle su polla en los pantalones a que controle el enamorarse de otra persona, miren ustedes por donde.
Y, por supuesto, mientras sostenemos abiertamente que la fidelidad es un invento judeocristiano que debemos despreciar porque nos manipula la mente y nos hace ser retrógrados y conservadores, no nos da por pensar que el amor romántico también es un invento que ha sido reforzado por la religión, un invento incluso menos antiguo que el de la fidelidad y que responde a parámetros culturales. El amor romántico, tal y como lo entendemos hoy en día, no existía hace muchos siglos, era una cosa totalmente distinta. Incluso actualmente no existe en otras culturas.
Entonces, ¿por qué la fidelidad sexual es antinatural y un invento de la cultura o de la religión y la fidelidad afectiva nos parece lícita e, incluso, natural? ¿Qué diferencia hay?
¿Podemos desear acostarnos con más de una persona, pero no podemos sentir amor por más de una persona?
Fuente: http://amarentiempos.universogay.com/poliamor-y-posesion__04082010.html
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